¿Qué es capaz de revelar un “ojo” gigante escondido bajo tierra? En el sur de China, a 700 metros de profundidad, una esfera monumental acaba de despertar, preparada para captar destellos casi imposibles de ver: los rastros huidizos de los neutrinos, esas partículas tan misteriosas que atraviesan la Tierra —y nuestros cuerpos— como si nada.
JUNO, el coloso subterráneo: una nueva era para la física de neutrinos
Así es el Observatorio Subterráneo de Neutrinos de Jiangmen, conocido como JUNO. Ha arrancado operaciones este agosto de 2025 tras más de una década de ingenio, esfuerzo y desafíos técnicos con tintes de epopeya. El objetivo: desentrañar secretos fundamentales de la materia y del cosmos, siguiendo el rastro de las llamadas “partículas fantasma”.
¿Por qué tanta expectación? Porque JUNO no es solo otro laboratorio subterráneo: hablamos del detector central esférico más grande del mundo, una burbuja transparente colosal repleta de 20.000 toneladas de centelleador líquido, lista para cazar los esquivos destellos que producen los neutrinos en su ocasional —y casi milagroso— roce con la materia ordinaria.

Neutrinos: el enigma invisible del universo
Casi nunca chocan contra nada. Millones de neutrinos nos atraviesan cada segundo, pero no dejan huella. Por eso, para “atrapar” unos pocos —apenas rastros minúsculos de luz— se necesita algo tan masivo y sensible como JUNO, equipado con más de 45.000 tubos fotomultiplicadores para captar cualquier minúsculo destello y convertirlo en una señal eléctrica, tan tenue que a veces parece un susurro del universo.
Detectar estas elusivas partículas no es solo cuestión de récords: supone un salto enorme para entender cómo funcionan exactamente los neutrinos, su masa, su relación con la materia e incluso su papel en la evolución del cosmos. De hecho, una de las grandes aspiraciones de JUNO es aclarar el orden exacto de las masas de los neutrinos, un problema que lleva décadas en el tintero y que podría abrir nuevas puertas en la física.
Un gigante entre gigantes: tecnologías y retos
Levantar JUNO ha sido un maratón tecnológico que ha exigido materiales ultrapuros, ingeniería a escala descomunal, creatividad y una precisión obsesiva. En cifras rápidas:
- Una esfera acrílica de nada menos que 35,4 metros de diámetro,
sostenida por una estructura de acero de 41 metros. - Escondida en una piscina de agua de 44 metros de profundidad, que protege y aísla el detector central.
- El núcleo: 20.000 toneladas de centelleador líquido.
- Un ejército de más de 700 científicos de 74 instituciones, de 17 países.
¿Y por qué a 700 metros bajo tierra? El “escudo” natural ahoga las interferencias cósmicas y radiactivas, creando un entorno donde esos destellos diminutos no se pierdan entre el ruido de fondo.
Misión: transformar la física y mirar el universo con nuevos ojos
JUNO no solo va detrás de los neutrinos que llegan de reactores nucleares cercanos (de Taishan y Yangjiang, a 53 kilómetros), sino que también aspira a detectar neutrinos que llegan desde el Sol, de explosiones de supernovas, incluso los que se generan en el interior de la Tierra o en la atmósfera.
Sus mediciones serán independientes de los parámetros terrestres y no estarán “contaminadas” por efectos de la materia del planeta, por lo que la información que obtenga sobre la masa y la naturaleza de los neutrinos será crucial para toda la comunidad científica.
Ciencia a largo plazo y el reto de la paciencia
No exageramos si decimos que hay una auténtica legión de investigadores pendientes de JUNO. Los próximos 30 años, este coloso silencioso dará datos que pueden revolucionar no solo la física de partículas, sino también la astrofísica y la cosmología. Preguntas tan profundas como si los neutrinos son sus propias antipartículas (lo que técnicamente llamamos “partículas de Majorana”) o si en el universo existen tipos aún por descubrir, como los hipotéticos neutrinos estériles, están sobre la mesa.
¿Y si además detecta la desintegración del protón? Eso sería casi una “bomba” para la física, abriendo posibilidades que ni imaginamos.
Un logro colectivo con sabor mundial
JUNO es una muestra fabulosa de lo que la cooperación internacional puede lograr cuando se mira hacia las estrellas y —en este caso— hacia el centro mismo de la Tierra. ¿Conclusión? Este “ojo” transparente bajo el suelo chino no solo es un hito técnico; es también la promesa de respuestas a preguntas que llevan décadas latiendo en la cabeza de físicos e ingenieros de todo el planeta. Una nueva ventana se abre. Ahora, toca mirar a través de ella. Quién sabe lo que nos espera al otro lado.




