Descubre cómo captar supernovas en tiempo récord y cambiar la astronomía para siempre

¿Qué ocurre en el preciso instante en que una estrella colapsa y su luz viaja por primera vez hasta nuestros telescopios? Descifrar ese momento —el inicio fulgurante de una supernova— ha sido una especie de Santo Grial para los astrónomos. Ahora, gracias a nuevas metodologías de observación y a la paciencia de científicos como Lluís Galbany y su equipo, estamos más cerca que nunca de presenciar ese primer latido cósmico y entender el drama que lo provoca.

El misterio brillante de las supernovas: una oportunidad fugaz

Las supernovas tienen un punto de caprichosas y traviesas. Lo cierto es que pueden aparecer en el firmamento sin previo aviso: allí donde la noche anterior solo había silencio y penumbra, de repente—boom—un destello feroz y efímero. Así se anuncian sus muertes las estrellas más espectaculares del universo, en explosiones que, además, ofrecen claves fundamentales sobre el ciclo de la materia y la física extrema.

Por mucho tiempo, pillarlas justo en el momento decisivo era casi un sueño: cuando lográbamos detectarlas, habían pasado días o incluso semanas desde que comenzó la explosión. La clave estaba (y sigue estando) en la prontitud: cuanto antes veamos y midamos ese destello, más podremos decir sobre el origen del evento, el tipo de estrella implicada y su «vecindario» galáctico. Ahí entra en juego el trabajo reciente realizado desde Barcelona, cuya premisa es simple pero poderosa: aprovechar las redes modernas de vigilancia astronómica para actuar con la máxima velocidad.

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Nuevos métodos: cazar supernovas en tiempo récord

El equipo liderado por Galbany, vinculado al Instituto de Ciencias del Espacio (ICE-CSIC), ha presentado una estrategia pionera: conseguir los espectros más tempranos posibles de supernovas, idealmente a menos de dos días de la explosión —e incluso en apenas 24 horas. ¿Que por qué es tan importante el espectro? Porque es nuestro ‘informe forense’ sobre la estrella muerta: nos revela si tenía hidrógeno, cómo soplaba su viento, de qué familia venía y con qué violencia terminó todo. Por rara que suene la pregunta, es el interrogante fundamental para saber si estamos ante una supernova causada por una estrella grande y masiva o por una enana blanca “suicida” en un sistema binario.

Su protocolo es brillante: une velocidad, tecnología y análisis. La búsqueda empieza con dos señales clave —la ausencia de luz el día anterior y la aparición súbita de una fuente nueva, embutida en una galaxia. Si ambas se cumplen, salta el aviso y el Gran Telescopio de Canarias (uno de los mayores ojos ópticos del planeta) enfoca el objetivo con OSIRIS, un instrumento capaz de diseccionar la luz a toda prisa.

Dos caminos hacia el apocalipsis estelar

  • Supernovas termonucleares: explotan enanas blancas cuya masa no pasa de ocho veces la del Sol. Generalmente, reciben material de una estrella acompañante hasta que no pueden soportarlo más y explotan en un destello termonuclear. Su antecesora directa: la enana blanca, esos cadáveres estelares que resisten gracias a la presión cuántica (sí, la mecánica cuántica salvando estrellas… al menos un tiempo).
  • Supernovas por colapso de núcleo: Estrellas gigantes, mucho más robustas, acaban agotando su combustible en el núcleo; la gravedad gana la partida, el núcleo colapsa y la envoltura explota con violencia cósmica.
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Lo que nos cuentan las primeras horas

En esas horas iniciales tras la explosión, el sistema conserva pistas frescas sobre el progenitor de la supernova y el ambiente circundante. Literalmente, la información se desvanece con el pasar de cada minuto. Así que, mientras antes tengamos registros, mejor. El estudio piloto del equipo español empleó datos de 10 supernovas —cinco de cada tipo—, la mayoría cazadas en menos de seis días tras la explosión. Pero lo realmente novedoso fue lograr mediciones espectroscópicas de dos de ellas en menos de 48 horas.

Además, el enfoque se complementa comparando la fotometría recolectada por sistemas como la Zwicky Transient Facility (ZTF) y el Sistema de Última Alerta de Impacto Terrestre de Asteroides (ATLAS). Observar detalles como pequeñas protuberancias en la curva de luz puede implicar que una estrella binaria acompañante fue engullida en el proceso, detalles que habrían pasado totalmente inadvertidos en estudios tradicionales.

¿El futuro? Sprints contra el reloj

El éxito de esta colaboración sugiere un cambio de paradigma: si perfeccionamos estos protocolos, monitorizamos el cielo con más frecuencia y automatizamos las alertas, pronto podríamos analizar los destellos de supernovas en cuestión de horas. Más aún, vislumbrar detalles del «escenario del crimen» estelar que antes era ciencia ficción.

En resumen: la muerte de una estrella ya no es solo un espectáculo lejanísimo; se está convirtiendo en un laboratorio natural, en tiempo real, al alcance de nuestros instrumentos. Y cada vez que una supernova se apaga, los datos que deja podrían responder a preguntas profundas sobre el futuro y el pasado de nuestro universo.

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¿Imaginabas que podríamos asistir, casi en vivo, al estallido monumental de las estrellas? La astronomía, hoy, hace posible que nos acerquemos como nunca a esos fuegos artificiales cósmicos. Y lo mejor está por venir…

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